domingo, 20 de julio de 2008

La Pequeña Muerte

La Pequeña Muerte


Abro la puerta y ella está esperándome. En el piso, con las manos atadas a una de las patas de la cama, nunca se ha visto tan libre y a la vez tan mía. Minutos antes, mientras buscaba los pañuelos de seda, Agustina se cubría casualmente los senos con sus manos. El tiempo que hemos estado juntos no ha calmado ese reflejo de cubrir las partes más misteriosas de su cuerpo. Sé que también yo soy presa del mismo instinto, mas no logro comprenderlo al verlo en otros. ¿Qué se cubría? ¿Selectos centímetros de fealdad, diminuta vergüenza? Quizá no se tapaba, sino que enfundaba su pecho con oculta belleza. ¡Sí, puede ser eso! La magia esta en lo secreto. Nada es más sensual que lo que está apunto de verse. Pero ahora que veo a Agustina, aun desnuda siento que está a punto de desnudarse.
A medida que conoces a alguien (o crees conocerla) el misterio desaparece. No es así con Agustina quien nunca he entendido y quien me hace entenderme aun menos. El domingo pasado, Agustina se presento a mi departamento con una caja (probablemente una caja de zapatos) forrada de papel blanco. Me la regaló, no sin antes declarar que había gastado todo su dinero en el contenido de esa caja. Cuando me disponía a abrirla, Agustina me interrumpió con una extrañas instrucciones:"¡No! No la abras. Nunca la abras. Nunca." Irritado, pero acostumbrado a aquellos caprichos esporádicos, dejé su inútil caja sobre la mesa. Ella no volvió a mencionarla. Yo la olvidé por el día entero. El lunes por la mañana, me levanté mucho más temprano de lo usual. Y sentí un deseo –casi pasional por ver de nuevo esa caja. Allí estaba, encima de la mesa donde la había dejado el día anterior. Pero ahora una inexplicable belleza parecía permear y colorar la blanca caja. Por un momento estuve a punto de abrirla; pero más que nada, me divertía saber que dentro podría encontrarse cualquier cosa. No solo algo caro como había aludido Agustina. Sino que bien podía ser una roca tomada de un río, un pájaro muerto, tres caramelos. También es posible que la abriese y encontrara un encendedor de oro, un anillo de compromiso, o esa corbata que le había señalado la semana pasada. Todo es posible con Agustina (creo). Y sí, miente de vez en cuando. Ya no he podido dejar de pensar en esa caja. Cualquier cosa puede estar dentro. Nunca había recibido algo tan bello.
Hay veces que la belleza te sigue. Como un embrujo. Aun esta mañana, mientras el doctor me anunciaba la mala noticia, no podía dejar de sonreír por el hecho de que su corbata roja parecía hacer juego perfecto con su camisa verde. El efecto duró poco. Una vez que las palabras "tumor cerebral" y "vida vegetativa" se encontraron en un mismo enunciado, supe que necesitaba morir. Agustina estaba conmigo al escuchar estas palabras, pero extrañamente no recuerdo su reacción. Hoy, el mundo gira entorno a mí y nunca ha sido tan justificable mi egocentrismo. Seguramente ella no se acordaba, los dos habíamos ya tomado bastante, pero en su cumpleaños el año pasado, hablamos de este momento -ahora real, entonces ficticio. Estábamos en Le Divan du Monde, un bar vecino de mi departamento en Pigalle. Como reímos esa noche. Debo admitir que si nos la pasábamos bien es siempre por ella. Ella sabía darle a cada espacio y cada segundo una vida nueva -un aire peligroso y sensual.
Se acababa la noche y fué entonces donde empezamos a hablar acerca de temas inusuales. Creo que Agustina fue quien empezó a hablar de instantes de desventura que cambian le cambian el resto de la vida a uno (su hermano cuadrapléjico Tomás era un ejemplo) Yo, bien seguro de mi mismo, había dicho que si algo así me pasara, no hesitaría en quitarme la vida. Solo seria trágico si dejara que el evento se repitiera eternamente en mis días restantes. Muerto, no habría tragedia que vivir. Y no era un pensamiento triste, ni cobarde. Sentía que había vivido hasta entonces, una vida digna. ¿Porque arruinar algo bueno? Quisiera poder rescatar esa determinación ahora que vale la pena. Siempre he sido algo cobarde; espero que Agustina no lo sepa.
*****
La daga de mi abuelo descansa sobre la pequeña mesa al lado de mi cama. No recuerdo haberla dejado allí. La tomo entre mis manos y juego con la idea de ponerla en juego. Un instrumento diseñado para extinguir la vida de un hombre, bien puede extinguir la mía…o la de Agustina.
Me acuesto a su lado. Paso la daga por su cuello, por sus senos, por su vientre, por sus labios. Me doy cuenta que en algún momento he apretado demasiado fuerte y un filo de sangre aparece sobre su seno izquierdo. Quisiera penetrarla, estar dentro de ella. Aún mejor, quisiera que ella estuviera sobre de mi. Corto sus ataduras, y Agustina comienza a desvestirme al mismo tiempo que me besa -de una forma tan poco familiar que comienzo a pensar que esto lo ha aprendido de otro. Esto me hace desearla aún más. La educación es sexy. En pocos instantes, ya yazgo desnudo, sin esa ropa que tan poco me cubre. Mi pene, más bello que nunca, ha desaparecido dentro de ella, y en un instante de confusión creo que es de Agustina y no mío.
Agustina se balancea sobre mi cuerpo. No sé en que momento ha agarrado la daga, pero ahora la sostiene con su mano izquierda. Agustina, que sabe exactamente cuando el final esta por venir, deja de moverse un instante. Es entonces cuando advierto que un hielo fantasma atraviesa y escapa de mi costado izquierdo. Agustina suelta la daga y cae silenciosamente en el suelo. Ella no dice nada, pero yo entiendo. Y parece que sabe lo que estoy pensando, porque entonces continúa a moverse un poco más delicadamente que antes. El dolor provocado por la daga y el placer al estar dentro de Agustina, se mezclan intermitentemente. Ninguno es mas intenso que el otro, de manera que me confunde el no saber lo que estoy sintiendo. Veo que un pequeño charco de sangre se acumula en el suelo. Alzo la mirada y noto un pequeño lunar rojo sobre el seno izquierdo de Agustina. No lo conocía. Es lo último que descubro de ella.

4 comentarios:

Mezcal dijo...

Disfrutable, mucho muy disfrutable la lectura del texto.
Los pensamientos internos que parecen contradictorios, hacen muy ameno el escrito.
Saludo

Mezcal dijo...

El título hace muy predecible la muerte de alguien, predispone la lectura, me he enamorado de Agustina ¿qué hay en la caja?
Creo que hay dos o tres palabritas, que saltan, pero eso se corrige fácilmente.

Fausto dijo...

Daniel:
Parece que Viridiana no sabe que al orgasmo se le conoce desde hace mucho como "la muerte chiquita". Aunque coincido con ella en que el título no es el mejor, no porque revele el final, sino porque alude de manera incompleta a la doble muerte de la historia.
Ahora que te escribo esto se me ocurre pensar que la daga pudo haber sido el propio pene del hombre y, en ese caso, Agustina es la que tiene que morir.
La parte final del texto es la que me parece más memorable.
Cordialmente,
Fausto

Daniel Brena dijo...

Tiene razón fausto, el título alude tanto a "la petit morte" de los franceses, como a versión literal del título.