jueves, 17 de julio de 2008

Persona



Me encerré en mi recámara y tendrán que traer al cerrajero para sacarme. No quiero hablar con nadie ahora ni lo haré hasta que lleguen mis padres. No sé porqué se van tantos días dejándonos con mi tía Lucero si saben lo gruñona que es y lo mal que me cae. Ellos disfrutan de la vida, conocen lugares a los que deberían llevarnos en lugar de dejarnos con las sirvientas y la hermana de mi padre a quien no soporta ni su marido. Este mes infernal que pasa con nosotros debe ser un agasajo para él. Me niego a abrirle la puerta a mi tía porque quiere llevarme a la comandancia a declarar en contra del enano. Que yo sepa, andar en asuntos de la policía no es cosa de niños. Por más que le dije cómo sucedió todo, no hace caso. Maniática, insiste en que el enano atacó a mi hermana, que seguramente la quería violar. Elia tiene miedo y no puede decir qué pasó, es muy chica. El doctor le dio un tranquilizante y ahora algunas vecinas quieren que la vea un sicólogo, que le den remedios y pastillas. Si mi mamá viera toda la gente que vino a la casa por el escándalo que armó su cuñada, se pondría furiosa. Hasta la encargada de las fotocopias en la papelería de la esquina metió sus narices. Nunca contesta el saludo, pero viendo la puerta abierta y el vecindario reuniéndose en el patio, se puso a las órdenes para lo que se ofrezca pues ha visto al enano mirar a los chicos de forma extraña.
No soporté las habladurías y subí de prisa a mi recámara. Desde mi ventana vi llegar una patrulla y dos uniformados. Después vinieron los golpes a la puerta, llamándome. Me preocupa mi hermana. No quiero que le den tés ni medicinas ni que la ausculte nadie. Está asustada, eso sucede cada vez que se encuentra con él. Mis padres lo saben bien como yo, como el padre Aldo y otros que han presenciado su espanto al verlo. Se llama Luis pero en la casa nos referimos a él como el enano, porque lo es. Si camina por el parque cuando andamos en bicicleta, le advierto a Elia, ahí viene el enano, y ella se da la vuelta siguiéndome a donde yo vaya para alejarnos de su camino. Si se acerca a la tienda y estamos comprando dulces, la tomo fuerte del brazo y ella sabe de qué se trata, el enano pasa por ahí. Si vamos en el carro sobre la avenida que lleva a la casa y lo vemos, papá, mamá y yo le advertimos al mismo tiempo, voltéate, viene el enano. Lo hacemos porque, si Elia llega a verlo, grita desesperada sin que logremos calmarla.
El enano es feo, feísimo, supongo que como cualquier enano. Su cuerpo parece un refrigerador de servi bar con piernas. Su nariz es enorme y achatada, y sus ojos pequeños miran con temor y enojo bajo la frente saltona. Tiene una boca ancha y abultada siempre entreabierta, y los cachetes de un bull dog. Pero, en realidad, nunca nos ha hecho nada. Al contrario. Pese a darse cuenta que le rehuímos y que en varias ocasiones mi hermanita se ha puesto histérica al verlo, en lugar de hacernos alguna grosería, ha salido corriendo. Incluso me he fijado que con solo distinguirnos a lo lejos, busca otra ruta para no cruzarse con nosotros.
A mis padres los inquieta la actitud de mi hermana, pues varias veces las escenas se han dado en la calle, en el centro comercial o en la iglesia, y hasta el padre Aldo los llamó hace poco para tratar el tema. Yo los acompañaba el domingo que les pidió enseñar a Elia a entender las diferencias entre los seres humanos. Dijo que Luis era un buen muchacho pero tenía la desgracia de haber nacido con una deformidad decidida por Dios, tal vez para que los demás, seres normales, seamos agradecidos y comprendamos el deber de querernos y respetarnos a pesar de nuestros defectos, porque lo que vale está en el corazón.
Mi padre, que habla poco y rara vez discute, contestó que hablaría con Elia pero, para seguir asistiendo a misa de doce, por favor retirara a Luis de las limosnas. A partir de entonces no lo vimos más en la iglesia a esa hora. Me dio lástima. Aunque sé que es vago, alburero y marihuano como nuestro vecino Roberto, con quien lo he visto tomar cerveza en el billar, siento lo que le pasa. Mis padres explicaron a Elia que el enano nació y creció pequeño y mal hecho porque algo sucedió cuando se formaba en el vientre de su mamá, pero es igual al resto de la gente. El enano no es persona, respondió. Yo creo que una niña de cinco años que dice tener el cabello rosa y hacerse invisible, no puede entender de diferencias. Por eso estoy tan enojado con mi tía. A pesar de explicarle que el enano sólo jaló a Elia para evitar que la atropellaran cuando se lo topó en los videojuegos, ella ya decidió que es un delincuente, y yo un jotito amanerado que tiene miedo de decir la verdad a la policía.


Araceli Mancilla

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