¿Carmín ó purpura? , la regadera escurre una gota que en el mosaico del piso ha dejado el rastro de la humedad, la humedad y el tiempo, los días, los minutos, los segundos.
La toalla azul cuelga de la repisa de madera apolillada, de nuevo el tiempo y su ruina, ¿está consiente del paso del tiempo?
Se observa en el espejo, empañado por los vapores tibios que flotan suaves, apestando a hierbas amargas, baño de hierbas, hierbas que ayudan a limpiar, el espejo le muestra sus ojos apiñonados, la nariz recta, los pómulos marcados, y se plantea la pregunta, ¿Carmín o purpura? , la elegancia es indispensable, nada da mejor impresión que un buen color en los labios, unas sombras discretas en los parpados y un rubor encendido en los cachetes; su madre lo decía siempre, seguro ella sabia bien de lo que hablaba, Sofía lo aprendió.
El olor de la coladera empieza a salir, es el olor de la ciudad, apesta, y se pega a la piel recién perfumada con romero y albahaca, el olor de la mierda, de la mugre, de los orines, todo mezclado ahí en las aguas profundas que invaden a la ciudad, el tapete amarillo de felpa que cubre la coladera reprime un poco el olor, pero no sirve de mucho, el hedor traspasa y se queda.
Sofía asocia este olor a la su infancia, el olor de la vecindad los domingos por la noche, los domingos después del futbol y la cruda, que solo se cura con otras cervezas bien frías y con un caldo de gallina en el mercado grande.
Aún no descubre porque sigue en esa ciudad, no sabe para que ni porque, las raíces posibles que ha echado el tiempo, están resquebrajadas, rotas casi por completo, desenterradas, una tumba olvidada en el panteón general, una tumba sin muerto, una cruz de palo con unas letras borrosas, la tumba de su madre, pero ahí no esta ella, esta otra, en la ciudad ni los muertos caben. Es la tierra del olvido.
Sofía piensa en la hora, deben ser las ocho y media, y el dilema sigue ahí, Gustavo prefería el carmín, aunque Gustavo no decía nada Sofía sabia que prefería el color carmín, prefería también verla con el cabello levantado, con los ojos sin pintar y con los aretes negros. Seguía pensando en Gustavo, y le daba miedo, los temores nos enferman, nos enfrascan, nos vuelven seres ridículos, absurdos, sin destino. Eso debió aprenderlo del padre, un medico de clase media, que ganaba bien, tanto para mantener dos familias. Un hombre en extremo ridículo, atrapado por sus mentiras y sus miedos.
Afuera la lluvia empieza, salpica la ventana, se filtra por una pared vieja y mal pintada de amarillo cremoso. Del viejo radio una canción sale por las bocinas arruinadas: Se que nunca fuiste mía, ni lo has sido, ni lo eres, pero de mi corazón un pedacito tu tienes…
La voz del locutor interrumpe, -las nueve y media en el corazón del país, aquí suena la que buena-
Sofía se sienta en una silla frente al radio, desnuda y sin saber que color de labios usar, decide que hoy usara rosa mexicano.
Bob Candy
Hace 14 años
1 comentario:
Karina:
Qué curioso, ¿no? Ambos hemos publicado sobre cavilaciones frente al espejo de un baño. Tú desde la perspectiva femenina y yo desde la masculina. Me parece una coincidencia muy reveladora porque (los puristas del pensamiento quizá no estén de acuerdo con lo que voy a decir) el baño es uno de los mejores lugares para pensar e imaginar. Desde niño me quedaba horas construyendo historias a partir de las vetas del cemento agrietado y con diferentes tonos de gris que cubría el muro del baño. Estoy casi seguro que de ahí viene mi predilección por la gráfica y la fotografría en blanco y negro.
Regresando a tu texto, únicamente sugiero cuidar los acentos.
Cordialmente,
Fausto
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