jueves, 7 de agosto de 2008

EL MITO DE ELEONORA

En aquellos tiempos, las diferencias entre hombres y mujeres habían llegado a un punto en que era prácticamente imposible su convivencia; no había lugar que no fuera escenario de batallas y, en todas ellas, las banderas de la incomprensión y el egoísmo se alzaban victoriosas. El Olimpo en pleno tomó conocimiento del asunto y decidió ayudar a los mortales: redactó la sagrada sentencia de la reconciliación, la grabó en la cálida piel de una diosa –singular entre las diosas-, y la envió a la Tierra, desprovista de su halo divino.

Desde entonces, todas las personas portan en su piel, oculto, el mensaje sagrado. No es sencillo develarlo. La inscripción, hecha con símbolos semejantes a los que se encuentran en los plumajes de las aves, es también una imagen latente en el sentido fotográfico del término, es decir, que requiere de ciertos procedimientos y circunstancias para tornarse visible. Nadie sabe con certeza cuáles son esos mecanismos, pero se cree que mucho tienen que ver con el palpitar del corazón humano. Así, la revelación del misterio sigue ocurriendo puntualmente, al menos una vez en la vida de cada persona.

De un antiguo mensaje depende el frágil equilibrio que une los cuerpos sobre la Tierra. Todo aquel que se da en su búsqueda lo hace movido por una urgencia: la misma del que necesita un vaso de agua o un vomitivo, una idea o una moneda, el olvido de la muerte o el recuerdo del instante en que nació.

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