sábado, 13 de septiembre de 2008

Caldo de verduras

Laura llegó a la fiesta con su hijo, su novio y su mamá. No tuvo más remedio que sentarse en la mesa donde tenían a la única persona que les incomoda en toda la fiesta: yo.
La llegué a conocer tanto, que parte de su personalidad y humor, se reflejaban en el carácter de su mamá. Las veces que ella era amable conmigo indicaban que Laura estaba enojada. Los gestos sonrientes de la madre, eran seña legítima, del coraje incontrolable de su hija contra mi. No sé si guardaba algo de el ahora. Porque su madre nuevamente era amable conmigo. Lo dudo, aunque yo tratara de negar esa deuda contra mi, se había revertido la consigna, era yo quien evitaba tener que tratarla.
Por palabras de más, lo único que quedó entre ella y yo, fueron algunos breves insultos que se tradujeron en ‘espero nunca volver a tratar contigo’. Rompimos como un matrimonio civilizado, con definidos insultos, dolores y odios. Mi aparente infidelidad, me había costado cara.
Ya sabía que su novio le había pedido casarse con ella. Cuando lo miré, no encontré en ese hombre, las cualidades que suplieran sus exigencias. Exigencias que yo conocía muy bien. ¿De donde había sacado a es barbaján que no le gustaba comer verduras? No es por ofender, bueno, si es por ofender dietéticamente, pero ¿cómo es que ella, siendo una persona tan saludable, eligiera alguien con gustos tan distantes al buen comer?
El platillo, fue un caldo de res con verduras. Cosa rara, una fiesta en pleno lunes, con alcohol de sobra, y un platillo saludablemente insultante a las chatarras ricas de las pachangas de pueblo. No digo que el caldo no fuera rico, pero junto a las cervezas se me apetecía un gran trozo de carne en barbacoa, pasta de frijoles, espaguetti con harta mantequilla, tortillas calientes y por supuesto un chorrito de mezcal.
Su novio era un barbaján para la comida chatarra seguramente, se le notaba en la panza, pero a leguas se le veía lo buena persona. Abrazaba al hijo de ella, como propio, sus lentes y su voz, no mentían, no cumplían con las antiguas exigencias de Laura, pero si cumplían con lo socialmente correcto. Un hombre que pudiera ofrecerle algo bueno: ‘una familia’.
Después de haberla visto, me llegó la nostalgia. Ella notó mis kilos de menos. Laura, era igual de bonita, saludó a todos efusivamente, nosotros sólo nos dimos un ‘hola’, y evitamos palabra, porque su mamá, se interpuso entre nuestros lugares en la mesa. La señora queriendo compartir, más que provocarme disgusto (porque realmente me daba gusto), me dijo que el sábado, el novio, al que tenía enfrente de mi, la había ido a pedir para que se casaran; siempre lo quiso así, ‘casarse’.
Yo no me hubiera podido casar con ella, la sociedad no es tan abierta en estos tiempos, como para romper esquemas. Ni siquiera me hubiera atrevido a proponérselo. Era mejor que termináramos de la peor manera, porque de no hacerlo así, nunca hubiera podido dejarla y ella se hubiera dado cuenta de cuanto la quería, cuanto llegué a amarla, cuanto sus insultos me habían herido, y cuanto se me hacía insoportable verle, como para querer evitarla en esos momentos.
En menos de una hora me levanté, no me terminé el caldo de verduras, ni tampoco la cerveza, tiré el chorrito de mezcal, me despedí de los comensales de la mesa, entre ellos de Laura, tenía que ir a trabajar, pude no haber ido, pero no me era humanamente soportable estar ahí. Luz, la cumpleañera, anfitriona de la fiesta, se despidió de mi, supongo que por ser amable, dijo: ¡qué piernón!, se te ve muy bien esa minifalda.